Written by 4:13 pm Alimentación

Los productos lácteos atascan el proceso digestivo

Los productos lácteos atascan la autopista digestiva y permiten a los patógenos prosperar en el intestino delgado y en el colon, algo que no deberían hacer.
Productos lácteos

Los productos lácteos no simplemente se descomponen, se digieren y pasan por el tracto digestivo cuando les corresponde, como hacen muchos otros alimentos. Se quedan pegados. En primer lugar, eso frena la absorción y la asimilación de otras cosas que estén en el intestino al mismo tiempo y que son fundamentales para sustentar la vida porque aportan una nutrición avanzada: frutas, hortalizas, verduras de hoja y hierbas. Contienen minerales, vitaminas, antivíricos y antibacterianos no descubiertos y otros nutrientes y sustancias fitoquímicas curativas que quedan atrapados en la película láctea y pierden su vitalidad y su valor antes de que puedan llegar al torrente sanguíneo a través de las paredes del tracto intestinal, sean transportados al hígado a través de la vena porta hepática y se transformen en formas de nutrientes metilados más útiles para el cuerpo. Cuando hemos consumido un alimento y el proceso digestivo ha empezado a extraer sus nutrientes, estos solo disponen de una cierta cantidad de tiempo antes de dejar de ser útiles. Deben llegar al hígado a tiempo porque este los ordena para que no mueran o se vuelvan ineficaces mientras viajan por el cuerpo. Es decir, una de las más de dos mil funciones no descubiertas de este órgano es generar una sustancia química que aporta una vida larga a los nutrientes y evita que se oxiden. Nuestra sangre tiene electricidad y conductividad que interfieren con ellos a menos que lleven unida esta sustancia química hepática especial que los protege.

Los productos lácteos atascan la autopista digestiva y permiten a los patógenos —hongos improductivos, mohos, bacterias y virus— prosperar en el intestino delgado y en el colon, algo que no deberían hacer. Como no se descomponen ni se digieren ni abandonan fácilmente el organismo, ahogan el oxígeno fundamental.

“Cuando al final llegan a deshacerse y son arrastrados por las paredes del tracto intestinal hasta el hígado a través de la vena porta hepática, ralentizan la función de este y lo estancan y lo vuelven perezoso de una forma inmediata y aguda. Esto provoca la formación de mucosidad.”

Medical Medium

Cuando el filtro del cuerpo —el hígado— se atasca, todas las toxinas que escapan de él y entran en el organismo aumentan la producción de histamina que alimenta y forma más mucosidad. (Ese es el motivo de que cada vez haya más bebés y niños pequeños que muestran reacciones alérgicas, trastornos digestivos o estreñimiento cuando consumen productos lácteos. Su hígado está luchando contra ellos. Eso sí, no te preocupes por la leche materna. Pertenece a una categoría completamente diferente a la de la animal).

También los vasos linfáticos se atascan con los subproductos lácteos. Su función es controlar los patógenos. Los linfocitos (los glóbulos blancos) están en el sistema linfático para cumplir una función: buscar y destruir a los invasores. Los productos lácteos se interponen en el camino de las células asesinas naturales y permiten prosperar a los intrusos. Un invasor próspero (es decir, un patógeno) resulta sumamente tóxico para nuestra autopista linfática. Los venenos que produce estimulan a los vasos sanguíneos y los tejidos a producir un fluido que se convierte en moco. Esta es otra de las razones por las cuales los lácteos forman mucosidad.

Cuando, por ejemplo, una persona contrae el virus de la gripe, este empieza a darse un festín dentro de su cuerpo devorando aquellos alimentos que le gustan como los residuos de los huevos, los lácteos y el gluten. En este proceso genera un veneno que estimula la formación de mucosidad. (Si no comes activamente estos alimentos, el virus encuentra «basureros» de residuos viejos dentro del hígado, de cuando los tomaste hace meses o incluso años. Cuantos menos basureros tengas en tu cuerpo, menos moco producirás cuando cojas la gripe.) La mucosidad que resulta cuando el virus de la gripe excreta su veneno después de consumir los restos de huevos, lácteos y gluten es la que provoca la tos y la congestión nasal que experimentamos. Nuestro cuerpo la forma para ralentizar al virus y atraparlo.

¿Y qué pasa cuando no tienes gripe? La mayoría de las personas albergan patógenos en su organismo, otros virus como el de Epstein-Barr y bacterias como los estreptococos que se alimentan de las hormonas y las proteínas naturales de los lácteos y liberan sus propias toxinas que provocan una respuesta de mucosidad. Cuando tenemos una carga patógena, como un nivel elevado de estreptococos —algo que les sucede a muchos niños y adultos sin que lo sepan—, estas reacciones se incrementan y adoptan la forma de una alergia a los productos lácteos. Aunque no nos la hayan diagnosticado, podemos tenerla. De forma parecida a lo que sucede con los huevos, cualquiera puede empezar a desarrollar síntomas como consecuencia de la presencia de leche, queso, mantequilla, nata, levadura o proteínas de levadura en polvo, kéfir, yogur, leche de oveja, queso de cabra y demás, y esos síntomas van mucho más allá de los que asociamos con las alergias a los lácteos. Si deseas poner tu cuerpo en un estado de curación, es preferible que los evites.

Una de las razones por las que puede resultar difícil eliminarlos de la dieta es que, cuando lo haces, los virus y bacterias improductivas que se alimentan de ellos tienen hambre y se enfadan. Se dan cuenta de que están empezando a morir de inanición. Mientras lo hacen lentamente, segregan una toxina y, en respuesta, tus glándulas suprarrenales producen una mezcla de adrenalina que actúa como esteroide natural para evitar que tu sistema inmunitario reaccione de manera excesiva. Con todo esto, podemos sentirnos emocionalmente inestables sin saber por qué y eso puede dar lugar a una necesidad de alimentos reconfortantes. Si la atendemos y nos tomamos un helado, una pizza, una pasta con queso o una hamburguesa con queso —algunos de los alimentos que les gustan a estos bichos—, los patógenos se reabastecen de combustible. Esto es lo que da a los lácteos su cualidad adictiva: los bichos de nuestro organismo se alimentan de ellos y prácticamente los piden. Cuando te das cuenta de que esto es lo que está sucediendo entre cajas en esos momentos en los que sientes la tentación de coger un trozo de queso, tienes mucha más fuerza para decir «no».

William, Anthony. Médico Médium, Limpiar para sanar (Spanish Edition) (pp. 148-151). (Function). Kindle Edition.

(Visited 358 times, 1 visits today)
Close