La mente humana está enferma porque tiene un parásito que se apodera de su energía vital y de su júbilo. El parásito está formado por todas las creencias que te hacen sufrir, unas creencias tan fuertes que pasados los años, cuando aprendes nuevos conceptos e intentas tomar tus propias decisiones, descubres que todavía controlan tu vida.
En ocasiones el niño que hay en ti sale a la superficie: el yo verdadero que tienes a los dos o tres años. Estás viviendo en el momento presente y te estás divirtiendo, pero hay algo que te detiene; algo en tu interior se siente indigno de tanta diversión. Una voz interior te dice que tu felicidad es demasiado buena para ser verdad; no está bien ser demasiado feliz. Toda la culpabilidad, toda la recriminación, todo el veneno emocional que está en tu cuerpo emocional continúa reteniéndote en el mundo del drama.
El parásito se propaga como una enfermedad: de nuestros abuelos a nuestros padres, de nuestros padres a nosotros, y después, nosotros se lo transmitimos a nuestros propios hijos. Introducimos en ellos todos esos programas, del mismo modo que adiestramos a un perro. Los seres humanos somos animales domesticados y esta domesticación nos conduce al sueño del infierno, donde vivimos en el miedo. El parásito se alimenta de las emociones que surgen de ese miedo. Antes de que el parásito se introdujera en nuestro interior, disfrutábamos de la vida, jugábamos y éramos felices, como lo son los niños pequeños. Pero después de que nos hayan metido en la cabeza toda esa basura, dejamos de ser felices. Aprendemos a tener razón y a hacer que los demás estén equivocados. Sentimos la necesidad de tener “razón” porque intentamos proteger la imagen que queremos proyectar al exterior. Tenemos que imponer nuestro modo de pensar, no sólo a otros seres humanos sino también a nosotros mismos.
Cuando cobramos conciencia de todo esto, comprendemos con facilidad por qué no funcionan las relaciones con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestra pareja e incluso con nosotros mismos. ¿Por qué no funciona la relación que mantenemos con nosotros mismos? Porque estamos heridos y llenos de todo ese veneno emocional que a duras penas somos capaces de manejar.
“Estamos llenos de veneno porque hemos crecido con una imagen de perfección que no se corresponde a la realidad, que no existe, y sentimos esa injusticia en nuestra mente.”
Don Miguel Ruiz
Hemos visto de qué modo creamos esa imagen de perfección para complacer a los demás, aun cuando ellos crean su propio sueño, que no guarda ninguna relación con nosotros. Intentamos complacer a mamá y a papá, intentamos complacer a nuestro profesor, a nuestro guía espiritual, a nuestra religión, a Dios. Pero la verdad es que, desde su punto de vista, nunca seremos perfectos.
Esa imagen de perfección nos dice cómo deberíamos ser a fin de reconocer que somos buenos, a fin de aceptarnos a nosotros mismos. Pero ¿sabes qué? De todas las mentiras que nos creemos de nosotros mismos, ésta es la más grande, porque nunca seremos perfectos. Y no hay manera de perdonarnos por no serlo. Esa imagen de perfección cambia nuestra forma de soñar. Aprendemos a negarnos y a rechazarnos a nosotros mismos. Según todas las creencias que tenemos, nunca somos lo bastante buenos o lo bastante adecuados o lo bastante limpios o lo bastante sanos. Siempre existe algo que el Juez no acepta ni perdona jamás. Por esta razón rechazamos nuestra propia humanidad; es decir, ésta es la razón por la que no nos merecemos ser felices; ésta es la razón por la que buscamos a alguien que nos maltrate, a alguien que nos castigue. Y debido a esa imagen de perfección nos sometemos a un alto nivel de maltrato personal.
Cuando nos rechazamos a nosotros mismos y nos juzgamos, cuando nos declaramos culpables y nos castigamos de una manera tan excesiva, tenemos la sensación de que el amor no existe. Parece como si en este mundo sólo existiera el castigo, el sufrimiento y el juicio. El infierno tiene muchos niveles diferentes. Algunas personas caen muy profundamente en el infierno y otras apenas están en él, pero de todos modos, ahí es donde se encuentran. En el infierno se dan relaciones muy abusivas, aunque también hay otras en las que apenas existe el abuso.
Ya no eres un niño, así que si estás manteniendo una relación abusiva es porque aceptas ese maltrato, porque crees que te lo mereces. Y aunque la cantidad de maltratos que estás dispuesto a aceptar tiene un límite, debes saber que no hay nadie en el mundo entero que te maltrate más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otras personas es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien te maltrata más de lo que tú mismo te maltratas, te alejas, corres, y te escapas de él. Ahora bien, si esa persona te maltrata sólo un poco más de lo que tú mismo te maltratas, quizá aguantes más tiempo. Todavía te mereces ese maltrato.
Por lo general en las relaciones corrientes que mantenemos en el infierno se trata de pagar por una injusticia; de desquitarse. Te maltrato a ti de la manera que necesitas que te maltraten y tú me maltratas a mí de la manera que yo necesito que me maltraten. El equilibrio es bueno; funciona. La energía atrae un mismo tipo de energía, por supuesto, un mismo tipo de vibración. Si una persona se te acerca y te dice: “Oh, me maltratan tanto” y tú le preguntas: “Bueno ¿por qué sigues ahí?” ni siquiera sabrá contestarte por qué. La verdad es que necesita ese maltrato porque esa es su manera de castigarse.
La vida te trae exactamente lo que necesitas. En el infierno existe una justicia perfecta. No hay nada a lo que podamos echarle la culpa. Incluso podemos decir que nuestro sufrimiento es un regalo. Basta con que abras los ojos y mires lo que te rodea para limpiar el veneno, sanar tus heridas, aceptarte y salir del infierno.
Ruiz, Don Miguel; Mills, Janet. La Maestría del Amor (Un libro de la sabiduría tolteca) (Spanish Edition) (pp. 41-46). Amber-Allen Publishing. Kindle Edition.