El consumo de analgésicos, a menos que sea absolutamente necesario en condiciones de dolor extremo, es un acto de supresión y destrucción de la inteligencia curativa del organismo. Cuando está enfermo, el cuerpo puede requerir señales de dolor para provocar la respuesta inmunológica apropiada con vistas a eliminar las toxinas de una zona concreta y evitar que el individuo siga causándose daño. El dolor no es una enfermedad y, por tanto, no debe ser tratado como tal. El dolor es la respuesta natural del organismo a la congestión y su posterior deshidratación o malnutrición de las células y los tejidos. Se produce en presencia de material tóxico y a menudo viene acompañado de una infección. En la mayoría de los casos, se produce una señal de dolor cuando una de las hormonas de «primeros auxilios» del cerebro, llamada histamina, se segrega en grandes cantidades y pasa por los nervios del dolor que se hallan cerca de una zona congestionada.
El cuerpo también emplea las histaminas para rechazar materias extrañas, como partículas víricas o sustancias tóxicas, y para hacer que otras hormonas o sistemas corporales regulen la distribución del agua. Esta última función de la histamina es muy importante, porque cuando se produce una acumulación de toxinas también tiene lugar una escasez aguda de agua (deshidratación). Pero cuando se suprime la señal de dolor, el cuerpo no sabe cómo enfrentarse a la congestión y el consiguiente incremento de la toxicidad. Los analgésicos evitan, además, que el cuerpo note la progresiva deshidratación celular. Asimismo, con el fin de asimilar los analgésicos, las células del cuerpo necesitan aún más su preciosa agua.
«Los fármacos nunca curan una enfermedad. Simplemente silencian la protesta de la naturaleza y atenúan las señales de peligro que ésta levanta en la vía de la trasgresión. Cualquier veneno que penetra en el cuerpo pasa cuenta más tarde, aunque palie los síntomas actuales. Puede que el dolor desaparezca, pero el paciente queda en peores condiciones, aunque en ese momento no sea consciente de ello.»
DANIEL H. KRESS, médico.
La intensidad del dolor suele aumentar con la concentración de toxinas y materiales como las proteínas sanguíneas atrapadas en el fluido que rodea a las células. Esta sustancia líquida se llama fluido intersticial o tejido conectivo, y es el sistema linfático el encargado de su drenaje. Cuando el sistema linfático se congestiona debido a problemas digestivos u otras razones que se explicarán más adelante, las proteínas sanguíneas y las toxinas tienen cerrada la vía de escape. Para evitar la inmediata destrucción de las células a causa de esas proteínas y toxinas reactivas y ácidas, el cuerpo las rodea de agua. Esto, a su vez, produce una mayor obstrucción y evita la adecuada oxigenación de las células. El dolor es el resultado de la falta de oxígeno. Un estudio científico de diciembre de 1964 realizado por una de las primeras publicaciones de la Asociación Norteamericana de Medicina, Today’s Health, demostró que las proteínas de la sangre abandonan el torrente sanguíneo de modo natural y entran en el tejido conectivo, pero si no son eliminadas inmediatamente por el sistema linfático pueden causar una enfermedad y la muerte en apenas 24 horas. El cuerpo conoce, sin duda, ese peligro y actúa en consecuencia.
El cerebro produce la cantidad adecuada de analgésicos naturales, esto es, de endorfinas (opiáceos endógenos), a fin de controlar el dolor, pero con un grado de intensidad suficiente para provocar una respuesta inmunológica y curativa activa y potente. Por otro lado, los analgésicos sintéticos cortocircuitan la señal de dolor. El cerebro y el sistema inmunológico, sin embargo, necesitan recibir esa señal para poder ocuparse de la zona en peligro. La repentina supresión del dolor es como cortar los cables de la alarma que protege una casa: cuando entre un ladrón en la casa, nadie lo notará. Al cortar la comunicación con el cerebro, el cuerpo es incapaz de eliminar las toxinas y las proteínas sanguíneas que están retenidas, y el efecto destructivo de las mismas puede pasar inadvertido.
Lo más preocupante con respecto a la ingesta de fármacos, como por ejemplo los analgésicos, es que necesitan proteínas de la sangre para que los lleven a su destino. Puesto que esas proteínas están retenidas en los tejidos conectivos de un órgano, esos fármacos también quedan retenidos. Ello causa los graves efectos secundarios y las muertes frecuentes por las que esos medicamentos son bien conocidos. La industria farmacéutica, por supuesto, no quiere que sepamos que tomando esas medicinas estamos jugándonos la vida. Los medicamentos contra el dolor no sólo mantienen al cuerpo en la ignorancia de un problema físico determinado, sino que además sabotean sus esfuerzos de curación. El consumo regular de analgésicos suprime la producción de endorfinas del cerebro, además de causar dependencia con respecto a los fármacos. Esto también disminuye el nivel de tolerancia del cuerpo al dolor, haciendo que incluso los pequeños problemas de congestión resulten muy dolorosos. Hay personas que han abusado tanto de su cuerpo en este sentido que sufren dolores crónicos, aunque la causa del problema sea realmente insignificante.
«En un reciente estudio publicado en Annals of Internal Medicine se mostró que los fármacos antiinflamatorios no esteroideos, como la aspirina y el ibuprofeno, incrementan casi un 40 % el riesgo de sufrir hipertensión arterial (HTA).«
Andreas Moritz.
Cuando los analgésicos ya no producen efecto alguno, hay personas que prefieren incluso quitarse la vida para obtener el ansiado alivio. La persona que se ha medicado para los dolores de artritis y otras molestias, pero ahora ya sabe que tomar Vioxx, Aleve, Celebrex y aspirina aumenta enormemente el riesgo de sufrir un infarto o un derrame cerebral, puede que desee someterse a terapias naturales hasta eliminar la raíz de sus dolores (como se recomienda hacer en este libro). Según el New England Journal of Medicine, «los medicamentos antiinflamatorios (con y sin receta médica, entre ellos Advil, Motrin, Aleve, Ordus, aspirina y más de una veintena más) causan, tan sólo en países como Estados Unidos, más de 16.500 muertes y más de 103.000 hospitalizaciones al año». Según un análisis realizado por Associated Press sobre las estadísticas de Administración de Supervisión de Medicamentos, la venta de los cinco principales analgésicos aumentó un 90 % entre 1997 y 2005. Incluso la cantidad más insignificante de aspirina desencadena algún tipo de hemorragia. El uso regular de aspirina tiene serias consecuencias. En alrededor del 70 % de las personas que toman una aspirina al día se manifiesta una pérdida de sangre de media a una y media cucharadita diaria, y en un 10 % de ellas la pérdida es de nada menos que de dos cucharaditas diarias.
En un reciente estudio publicado en Annals of Internal Medicine se mostró que los fármacos antiinflamatorios no esteroideos, como la aspirina y el ibuprofeno, incrementan casi un 40 % el riesgo de sufrir hipertensión arterial (HTA). Del mismo modo, se descubrió que el uso de paracetamol incrementa hasta un 34 % el riesgo de sufrir HTA. La siguiente lista refleja soluciones alternativas para paliar el dolor sin interferir en los esfuerzos que hace el cuerpo por curarse a sí mismo:
- Boswelia (Boswellia serrata) es una hierba ayurvédica. Alivia el dolor y mejora la movilidad de las personas con artritis. Es también anticancerosa y antitumoral y reduce los niveles de lípidos en sangre. Dosificación: de 1.200 a 1.500 mg de un extracto normalizado que contiene del 60 al 65 % de ácidos boswélicos, dos o tres veces al día.
- Bromelaína, una enzima que se encuentra en el tronco de la piña. Tiene efectos antiinflamatorios. Dosificación: 500 mg tres veces al día entre las comidas. • Cayena (Capsicum annuum) en crema. Alivia el dolor al aplicarla en la zona afectada de dos a cuatro veces al día.
- Garra del diablo o harpagofito (Harpagophytum procumbens). Calma los dolores de la rodilla y la cadera. Dosificación: de 1.500 a 2.500 mg de extracto en polvo diariamente, o de 1 a 2 ml de tintura tres veces al día. No recomendado si se sufre cálculos biliares, acidez de estómago o úlceras.
- Dondiego de noche, grosella y borraja: sus aceites reducen la inflamación de las articulaciones. Dosificación: hasta 2,8 g de ácido gamma-linolénico (GLA, en sus siglas en inglés) al día. Conviene evitar los aceites refinados o las margarinas.
- Aceites de pescado: reducen la inflamación de las articulaciones y activan la lubricidad. Dosificación: al menos 1,8 mg de ácido docosa-hexaenoico (DHA, en sus siglas en inglés), un ácido graso omega-3; y 1,2 mg de ácido eicosapentaenoico (EPA, en sus siglas en inglés), un ácido graso omega-3.
- Jengibre (Zingber officinale) en una infusión preparada con jengibre fresco. Tomar jengibre fresco antes y después de las comidas, o bien 1 o 2 g de jengibre en cápsulas dos o tres veces al día; o de 1 a 2 ml de tintura, también dos o tres veces diarias.
- Metilsulfonilmetano (MSM, en sus siglas en inglés). Se trata de azufre orgánico que sirve de antiinflamatorio natural. Dosificación: de 2.000 a 8.000 mg diarios. Empezar con una dosis pequeña e ir aumentándola progresivamente.
- S-adenosilmetionina. Evita la pérdida de agua en el cartílago, manteniendo las articulaciones más flexibles. Dosificación: de 600 a 1.200 mg al día durante dos meses, y continuar después con una dosis de mantenimiento de 400 a 800 mg diarios.
Precaución: si se toma cualquiera de las sustancias citadas, conviene evitar el consumo de fármacos antiinflamatorios no esteroideos, como la aspirina o el ibuprofeno, a fin de evitar reacciones adversas. Además de estos suplementos, existen, desde luego, otras maneras de aliviar el dolor que quizás el lector desee estudiar. Entre ellas podemos citar los ajustes dietéticos, el ejercicio, la fisioterapia, la gestión del estrés, el tratamiento a base de masajes, la acupuntura, la acupresión y el yoga.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 72-77). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.
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