Una crisis tóxica revela la existencia de una afección causada por la presencia de toxinas bacterianas u otras sustancias dañinas en la linfa, la sangre y los tejidos. Únicamente se produce cuando el organismo tiene la urgente necesidad de recuperar su equilibrio fisiológico u homeostasis. El cuerpo tiene incorporado un mecanismo que le permite eliminar las sustancias tóxicas nocivas en un tiempo mucho menor al que emplea en acumularlas. Al interferir en esta crisis (denominada «enfermedad»), trastocamos los esfuerzos de limpieza del cuerpo y éste se torna vulnerable a los agentes o influencias desestabilizadoras externas. Una vacuna o un fármaco, por ejemplo, pueden dañar fácilmente un órgano o un sistema corporal. El órgano más debilitado o congestionado es el más propenso a fallar. Cualquier intento de tratar un órgano enfermo sin eliminar las causas subyacentes no sólo fracasará a la hora de restablecer su pleno funcionamiento y vitalidad, sino que lo más probable es que contribuya a generar nuevas complicaciones.
En la mayoría de los casos, tratar simplemente los síntomas de la enfermedad con los medios comunes que dictan los protocolos médicos, como hacer transfusiones de sangre a personas con bajos niveles de hemoglobina, tratar los testículos en caso de impotencia o extirpar úlceras y tumores. La utilización de medicamentos que no contienen nada que elimine las toxinas presentes en la sangre, la linfa o los tejidos puede incluso llegar a matar al paciente. Ello se debe a que ningún médico conoce a ciencia cierta el nivel de toxicidad y congestión de un paciente, lo cual determina en gran medida la intensidad de la reacción del cuerpo frente al medicamento y la gravedad de los efectos secundarios de éste. En una persona sana, las sustancias dañinas generadas por los gérmenes en el transcurso de una infección sólo permanecen en el organismo durante el tiempo que dura la crisis tóxica. Siempre que apoyemos los esfuerzos del organismo por mantenerse sano descansando y bebiendo suficiente agua, el proceso natural de autolimpieza, mal llamada «infección», eliminará todas las trazas o efectos tóxicos que puedan derivarse de una actividad microbiana. La situación de una persona cuya salud ya esté deteriorada es una cuestión completamente diferente.
«El cuerpo no desencadena una respuesta inflamatoria porque intente destruirse a sí mismo. Al contrario. Este tipo de respuesta es la manera más eficaz de salvarse de la acidosis (toxicidad extrema) o de un choque séptico.»
Andreas Moritz
Como es lógico y natural, sólo se puede cosechar lo que se ha sembrado anteriormente, pero no cabe duda de que es posible elegir qué se siembra ahora y qué se sembrará en el futuro. A menos que se viva en un país pobre o que las circunstancias no permitan en absoluto llevar una vida saludable, es posible empezar a tomar decisiones positivas y con conocimiento de causa a la hora de atender a las propias necesidades básicas. A menudo, sin embargo, hay quien se cree incapaz de abandonar unos hábitos o unos estilos de vida perjudiciales para la salud, lo que se debe generalmente a deseos insatisfechos, sentimientos de incompetencia o la costumbre de infravalorarse.
Al cuerpo le supone un gran esfuerzo mantenerse sano en condiciones de sobreestimulación de la mente, del organismo en general y de los sentidos. Semejante tensión constante puede agotar sus recursos energéticos con mayor rapidez de lo que tarda en reabastecerse de ellos. Abusar de esos recursos provoca una deficiencia permanente de energía que causa en el organismo molestias y enfermedades. Hoy en día, si bien la mayoría de las personas sabe lo poco saludable y potencialmente peligrosas que son cosas como el tabaquismo, la sobrealimentación, el abuso de alcohol, dormir poco y tomar cenas copiosas, hay mucha gente incapaz de cambiar esos malos hábitos. La incapacidad de dejar atrás esas costumbres dañinas indica que en la sangre hay demasiadas toxinas y que el hígado no puede eliminarlas (en gran parte debido a la congestión de los conductos biliares). Estas dos causas pueden tratarse de modo efectivo con una serie de lavados hepáticos, como los que se describen en este mismo libro y en Limpieza hepática y de la vesícula. Cuando el hígado vuelve a funcionar nuevamente de modo eficaz, el proceso natural del cuerpo empieza a despertarse otra vez y el individuo vuelve a tener la sensación de estar satisfecho y recupera la estabilidad emocional. La consiguiente mejora del bienestar y de la vitalidad facilita muchas decisiones, como dejar de fumar, trabajar menos horas, prescindir de la comida basura o dejar de vivir a base de café.
Los síntomas de una mala salud pueden ser muy variados y más o menos intensos. Tratar de localizar la causa de una enfermedad por sus efectos o a través de sus síntomas es prácticamente imposible. Las úlceras de estómago, la apendicitis, la tonsilitis, la artritis, la congestión arterial, el cáncer y muchas otras enfermedades tan sólo revelan la presencia de diversos focos y grados de toxicidad. Cada vez es más evidente que la congestión y el aumento de la acidez de los fluidos y tejidos corporales sustraen a las células los nutrientes básicos, lo cual las debilita y las daña. Las «enfermedades» anteriormente señaladas tienen un elemento común: una respuesta inflamatoria provocada por el propio organismo. La inflamación no aparece porque sí y desde luego tampoco es una enfermedad. Se produce tan sólo cuando el cuerpo decide que es necesario acabar con las células débiles o dañadas previamente contaminadas por materias patógenas o por toxinas. El cuerpo no desencadena una respuesta inflamatoria porque intente destruirse a sí mismo. Al contrario. Este tipo de respuesta es la manera más eficaz de salvarse de la acidosis (toxicidad extrema) o de un choque séptico. El veneno que generan las células putrefactas (carne podrida) en el organismo puede matar rápidamente al paciente si el cuerpo no emprende una respuesta inflamatoria para deshacerse de ellas. Médicos y pacientes, al hacer caso omiso por igual de los verdaderos mecanismos de curación, tienden a culpar al cuerpo del «error» de intervenir y evitar lo que parece una descomposición incontrolada de partes del organismo. La inflamación es un esfuerzo genuino e intencionado que lleva a cabo el cuerpo para conservarse. Se trata de una parte integrante y necesaria en casi todos los procesos de una enfermedad, o lo que yo llamaría una respuesta curativa.
«Suprimir los síntomas de la enfermedad por medio de medicamentos o de otros procedimientos médicos socava la respuesta inflamatoria que el cuerpo necesita para curarse por sí mismo. «
Andreas Moritz
Ésta es la definición que proporciona Wikipedia, la enciclopedia gratuita de Internet, de lo que es la inflamación: «La inflamación (del latín inflammatio, «encender», «hacer fuego») es la forma de manifestarse de muchas enfermedades. Se trata de una respuesta inespecífica frente a las agresiones del medio, y está generada por los agentes inflamatorios. La respuesta inflamatoria ocurre sólo en tejidos conectivos vascularizados y surge como una defensa para aislar y destruir al agente dañino, así como para reparar el tejido u órgano dañado. En medicina, la inflamación se denomina con el sufijo -itis (faringitis, laringitis, colitis…). El mayor problema que surge de la inflamación es que la defensa se dirija tanto hacia agentes dañinos como a no dañinos, de manera que provoque lesión en tejidos u órganos sanos». Por esta misma razón, el enfoque de la medicina convencional, centrado en la eliminación de la inflamación, no sirve para tratar la mayoría de las dolencias comunes. Suprimir los síntomas de la enfermedad por medio de medicamentos o de otros procedimientos médicos socava la respuesta inflamatoria que el cuerpo necesita para curarse por sí mismo.
La mayoría de las enfermedades son respuestas inflamatorias del organismo. Entre ellas podemos citar las alergias, la debilidad senil, la artritis, el asma, el Alzheimer, la arteriosclerosis, el cáncer, el síndrome de fatiga crónica, la insuficiencia cardiaca, la demencia, la depresión, la diabetes, los infartos de miocardio, las enfermedades intestinales, los problemas renales, el lupus, la degeneración macular, la osteoporosis, la enfermedad periodontal, la obesidad, los trastornos cutáneos y los derrames cerebrales. Generalmente, la respuesta natural del organismo a una herida, una irritación o una invasión nunca llevaría a esas dolencias extremas. Sin embargo, nuestro entorno nos bombardea con el estrés, que a su vez desencadena una respuesta inflamatoria con demasiada frecuencia. Cuando el organismo se ve superado por constantes irritaciones, la inflamación adquiere una dinámica propia y se torna crónica. Este tipo de inflamación crónica se instala de un modo silencioso, y los síntomas de ella pueden aparecer tan sólo al final, en forma de tumor o de fallo cardíaco. Tanto en una respuesta inflamatoria manifiesta como en una silenciosa, el cuerpo produce más leucocitos, que empiezan a penetrar profundamente en las paredes de los vasos sanguíneos, causando más erosión e irritación. A fin de prevenir una destrucción total, el cuerpo responde taponando esas erosiones e irritaciones con colesterol LDL.
«Más del 80 % de las personas que caen enfermas se recuperan por sí mismas, sin intervención médica alguna. Por consiguiente, es mucho más que probable que la enfermedad no sea más que una crisis tóxica capaz de ser superada de modo natural por la mayoría de las personas.»
Andreas Moritz
El hecho de diagnosticar y tratar cualquiera de las afecciones mencionadas como enfermedades en sí no sólo confunde e induce a error al paciente, sino que además ocasiona numerosas complicaciones. Más del 80 % de las personas que caen enfermas se recuperan por sí mismas, sin intervención médica alguna. Por consiguiente, es mucho más que probable que la enfermedad no sea más que una crisis tóxica capaz de ser superada de modo natural por la mayoría de las personas. Una vez que las sustancias tóxicas alcanzan el punto máximo de tolerancia o saturación, tiene lugar una adecuada respuesta inmune (inflamación). Este proceso de curación (catalogado equivocadamente como enfermedad) ayuda a que el grado de toxicidad baje su nivel de tolerancia simplemente neutralizando y eliminando las toxinas, los residuos metabólicos retenidos y los detritos celulares, así como los microbios que se alimentan de ellos. Por esa razón, los síntomas de la enfermedad empiezan a desaparecer por sí mismos cuando se permite que la crisis tóxica siga su curso natural. De modo que un dolor de cabeza, un resfriado, una infección de amígdalas, una gastritis, o tortícolis y rigidez en los hombros aparecerán y desaparecerán oportunamente, siempre que, por supuesto, no pongamos trabas y que apoyemos los esfuerzos de curación del organismo. La aparición y desaparición de una enfermedad depende de los ciclos de formación y eliminación de la congestión y toxicidades subyacentes acumulados en el organismo.
Si el tratamiento médico resulta un éxito, lo más probable es que uno dé las gracias a su médico por haberle curado. En cambio, si una persona se recupera sin ninguna ayuda externa, seguramente dirá que ha tenido mucha suerte. Pero en ninguno de los casos se ha producido una curación. Lo que la mayoría de las personas llama «curación» es, en realidad, el incesante esfuerzo –si hace falta duplicado– del organismo por eliminar desechos metabólicos, células muertas, toxinas químicas, metales pesados, miles de millones de bacterias muertas y otras sustancias dañinas. Curarse es estar entero, completo. La plenitud o salud es el restablecimiento espontáneo del estado de equilibrio, producido de un modo natural cuando el cuerpo elimina todas las sustancias de desecho y detritos celulares que genera diariamente y se le proporciona la nutrición que precisa. Crear salud no es otra cosa que un continuo y cotidiano proceso de regeneración, puesto que la eliminación de materias residuales y la ingesta de nutrientes nunca se detienen mientras estamos vivos. No hay mayor misterio en los asuntos de la salud y de la curación que la necesidad de mantener el delicado equilibrio que hay entre estos dos procesos fundamentales.
La enfermedad es como la oscuridad: ninguna de ellas existe realmente. La oscuridad es simplemente falta de luz. Al encender la luz, la oscuridad desaparece porque ésta no tiene causa ni poder propios. Los síntomas de la enfermedad no pueden confundirse con la enfermedad misma, lo cual hace que ambos conceptos sean igualmente irreales. Sólo parecen reales cuando no hay salud, del mismo modo que la oscuridad parece real cuando falta la luz. No tiene sentido luchar contra algo que no existe. Es mucho mejor hacer todo lo posible por mantener el cuerpo limpio, relajado, alimentado y lleno de energía.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 154-160). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.