Cuando el AGNI se agota por los motivos señalados más adelante, incluso los alimentos más sanos pueden resultar dañinos para el cuerpo. Un AGNI débil significa que buena parte de los alimentos ingeridos permanecerá sin digerir. El alimento no digerido no puede pasar a la sangre a través de las paredes intestinales, sino que tiene que procesarse de otra manera. Ese alimento se convierte entonces en objetivo de las bacterias destructivas y empieza a fermentar y a pudrirse. Las bacterias destructivas producen toxinas y gases nocivos que pueden irritar en gran manera el tejido intestinal y reducir, por tanto, la capacidad digestiva. Cuando el organismo absorbe y utiliza cada vez menos alimento y genera más y más materia fecal, progresivamente el tracto gastrointestinal se va congestionando. En esa fase, el alimento se torna tóxico. Hoy en día, un tercio de la población occidental sufre dolencias intestinales diagnosticadas, aunque la cifra sería mucho mayor si se incluyeran todos los casos no diagnosticados.
«Se calcula que más de dos tercios de los ciudadanos occidentales sufren algún tipo de problema intestinal.»
Andreas Moritz
El intestino delgado, del diámetro del dedo gordo del pie, es el órgano más recóndito del cuerpo y no tiene conexión directa con el exterior (a diferencia del colon y del estómago). La contrapartida mental de esta parte «oculta» de nuestro cuerpo es lo que podríamos llamar la sede del «subconsciente». Los recuerdos almacenados y las creencias ocultas de la mente inconsciente ejercen una tremenda influencia en nuestros pensamientos, emociones, deseos y comportamientos. ¿No es curioso que la medicina convencional considere que el origen del llamado «síndrome del colon irritable» -término aplicado a la mayor parte de las dolencias intestinales- sea psicosomático, es decir, causado por la mente? En otras palabras, cuando una persona se siente a menudo disgustada, enojada, preocupada o simplemente insatisfecha, es más propensa a sufrir no sólo una «indigestión mental», sino también una indigestión física. Las alteraciones del intestino delgado se caracterizan por la retención de cosas en su interior, ya sean alimentos no digeridos o conflictos emocionales no resueltos.
La corteza cerebral, la parte del encéfalo que controla el pensamiento, está estrechamente relacionada con el proceso digestivo. De ahí que no sólo los alimentos tienen que digerirse adecuadamente, sino que también los pensamientos necesitan «digerirse» o procesarse de modo apropiado para que nos sean útiles y no nos causen daño alguno. Los pensamientos no digeridos tienen un efecto tóxico en el cuerpo en su conjunto, especialmente en el sistema digestivo. El miedo, la rabia, los impactos emocionales, los traumas, la ansiedad y otros sentimientos negativos pueden permanecer retenidos en la memoria celular de los intestinos durante mucho tiempo sin que se perciba su presencia. Cuando esos sentimientos alcanzan cierto grado de concentración, pueden llegar a estallar y alterar negativamente la personalidad del individuo; del mismo modo puede tener un efecto perjudicial en el organismo. Es interesante resaltar que una de las hormonas de la felicidad más potentes del cerebro se produce también en el sistema digestivo. En realidad, el 95 % de la serotonina se genera en este sistema (a fin de regular las funciones digestivas), y tan sólo un 5 % se produce en el cerebro. La falta de felicidad reduce la secreción de serotonina y, de ese modo, menoscaba la digestión de los alimentos.
La conexión mente/cuerpo se realiza también en orden inverso. Cuando se ingieren alimentos muy procesados, refinados y desnaturalizados y/o cuando el AGNI está bajo (la pérdida de apetito lo indica), los residuos tóxicos empiezan a acumularse en los intestinos. La presencia de toxinas en el tracto intestinal puede dar lugar a nerviosismo, hiperactividad, risa nerviosa u otro tipo de emociones imprevisibles. En general, se puede decir que las toxinas intestinales son la contrapartida física de los pensamientos negativos. A través de la conexión mente/cuerpo, los pensamientos y las sensaciones negativas se traducen en toxinas y viceversa. Normalmente, el sistema inmunológico, dos tercios del cual está situado en los intestinos, se hace cargo de las toxinas físicas y mentales (pensamientos y sentimientos negativos). El sistema inmune es nuestro sistema de curación, tanto físico como mental. Sin embargo, éste puede saturarse fácilmente cuando se ve expuesto a un exceso de alimentos no nutritivos, así como a pensamientos negativos (lo que a menudo se llama estrés). Quizás el lector ya sepa que la glándula del timo, que forma parte del sistema inmunológico, puede quedar reducida a la mitad de su tamaño o menos cuando el individuo se halla en una situación de estrés. Esto le deja a merced de la enfermedad, desde un simple resfriado hasta el cáncer.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 179-182). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.