Durante muchas décadas, expertos científicos y médicos han promovido con vehemencia la idea de que es necesario inmunizar a los niños para protegerles de enfermedades como la difteria, la polio, el cólera, las fiebres tifoideas o la malaria. Sin embargo, existen pruebas de que quizás la inmunización no sólo sea innecesaria, sino incluso dañina. Verter productos químicos venenosos en un lago no le inmuniza frente a los productos contaminantes. Del mismo modo, inyectar las bacterias activas de las vacunas en el torrente sanguíneo de los niños difícilmente ofrece a las futuras generaciones la posibilidad de llevar una vida sana. Los niños norteamericanos reciben a menudo unas 30 vacunas durante los primeros seis años de vida, y los niños del Reino Unido, unas 25. En los primeros 15 meses de vida se inyecta en los inmaduros sistemas inmunitarios de los bebés vacunas que incluyen nueve o más antígenos. A pesar de los colosales esfuerzos y de las grandes sumas de dinero gastadas en la investigación de vacunas, la medicina no ha podido crear una vacuna eficaz contra el cólera, y los fármacos para la malaria no son tan eficaces como una simple planta. Se sigue combatiendo la difteria con programas de inmunización perniciosos incluso cuando esta enfermedad prácticamente ha desaparecido por completo del planeta. Cuando en 1969 se produjo un brote de difteria en Chicago, 11 de las 16 víctimas ya eran inmunes o habían sido inmunizadas contra la difteria. En otro brote, 14 de las 23 víctimas eran completamente inmunes. Esto demuestra que la vacunación no marca ninguna diferencia desde el punto de vista de la protección contra la difteria; por el contrario, puede incluso incrementar la posibilidad de infectarse.
«En 1995, un estudio realizado por el Servicio de Laboratorio de Salud Pública del Reino Unido y publicado por The Lancet demostró que los niños que recibían la triple vacuna contra el sarampión/paperas/rubeola (MMR, en sus siglas en inglés) eran tres veces más propensos a sufrir convulsiones que los niños no vacunados. «
Andreas Moritz
La vacunación contra las paperas también es muy dudosa. Si bien en un principio reduce la posibilidad de infección, el riesgo aumenta cuando disminuye la inmunidad. En 1995, un estudio realizado por el Servicio de Laboratorio de Salud Pública del Reino Unido y publicado por The Lancet demostró que los niños que recibían la triple vacuna contra el sarampión/paperas/rubeola (MMR, en sus siglas en inglés) eran tres veces más propensos a sufrir convulsiones que los niños no vacunados. El estudio reveló también que la vacuna MMR quintuplicaba el número de niños que sufrían una rara alteración de la sangre.
Es importante destacar que la tasa de mortalidad del sarampión descendió un 95 % antes de que se introdujera la vacuna contra esta enfermedad. En el Reino Unido, a pesar de la vacunación generalizada de los niños de 1 a 2 años de edad, los casos de sarampión se han incrementado recientemente cerca de un 25 %. Estados Unidos ha estado sufriendo un incremento constante de la epidemia de sarampión, aunque (o debido a que) la vacuna del sarampión ha estado vigente desde 1957. Tras unas cuantas alzas y bajas, los casos de sarampión están ahora descendiendo repentinamente de nuevo. El Centro de Control de Enfermedades (CDC) ha reconocido que esto podría estar relacionado con el declive general del sarampión en el hemisferio occidental.
Además de estas pruebas, existen muchos estudios que demuestran que la vacuna contra el sarampión no es eficaz. El New England Journal of Medicine, por ejemplo, señaló en un artículo de 1987 que el 99 % de las víctimas de un brote de sarampión ocurrido en Corpus Christi, en Texas, habían sido vacunadas. En 1987, el 60 % de los casos de sarampión tenía lugar en niños que ya habían sido vacunados en la edad adecuada. Un año después, la cifra ascendió al 80 %.
Se ha comprobado que, además de no proteger contra el sarampión y tal vez incluso de aumentar el riesgo de contraer la enfermedad, la vacuna MMR produce numerosos efectos secundarios. Entre esos efectos adversos se encuentran la encefalitis, complicaciones cerebrales, convulsiones, retraso del desarrollo físico y mental, fiebre alta, neumonía, meningitis, meningitis aséptica, paperas, sarampión atípico, problemas sanguíneos como trombocitopenia, shock tóxico fatal, artritis, panencefalitis esclerosante, parálisis lateral y también la muerte. Según un estudio publicado en The Lancet en 1985, si los niños desarrollan un «sarampión suave» como consecuencia de haber recibido la vacuna, es posible que la erupción subdesarrollada sea la causa de enfermedades degenerativas como el cáncer en una fase posterior de la vida.
En realidad, el sarampión no es en absoluto una enfermedad infantil peligrosa. La creencia de que el sarampión puede acarrear la ceguera es un mito que se originó por la gran sensibilidad a la luz que se produce durante la dolencia. El problema se reduce si la habitación se mantiene oscura y desaparece totalmente cuando el enfermo se recupera. Durante un tiempo se creyó que el sarampión aumentaba el riesgo de sufrir una infección cerebral (encefalitis), cosa que, como se sabe, sucede en niños que padecen malnutrición y pobreza. En los niños de clases acomodadas, la infección es tan sólo de un 1 por cada 100.000 casos. Además, menos de la mitad de los niños a los que se les administra la vacuna del sarampión quedan protegidos de la enfermedad.
En un estudio que dieron a conocer las autoridades sanitarias alemanas, y publicado en un número de la revista The Lancet de 1989, se informaba de que la vacuna de las paperas había causado 27 reacciones neurológicas específicas, entre ellas meningitis, convulsiones de fiebre, encefalitis y epilepsia. Un estudio de la antigua Yugoslavia vinculó directamente 1 de cada 1.000 casos de encefalitis de paperas con la vacuna. La publicación Pediatric Infectoius Disease Journal, de Estados Unidos, informó en 1989 de que la proporción varía entre 1 de cada 405 y 1 de cada 7.000 vacunaciones contra las paperas.
Sin embargo, aunque las paperas constituyen por lo general una enfermedad benigna, mientras que la vacuna tiene efectos secundarios adversos, aún se sigue incluyendo en la triple vacuna MMR. Y lo mismo sucede en el caso de la vacuna de la rubeola, pues se sabe que causa artritis hasta en un 3 % de los niños y hasta en un 20 % de las mujeres adultas a las que se les administra. En 1994, el Ministerio de Sanidad de Estados Unidos admitió que el 11 % de quienes reciben la primera dosis de la vacuna de la rubeola sufrirá artritis. Los síntomas oscilan desde dolores ligeros a muy intensos. Otros estudios demuestran que existe un 30 % de posibilidades de desarrollar artritis en respuesta directa a la vacuna de la rubeola.
Ciertas investigaciones señalan que la vacuna de la tos ferina es tan sólo efectiva en un 36 % de los niños. Un informe del catedrático Gordon Stewart, publicado en 1994 en World Medicine, demostró que los riesgos de la vacuna de la tos ferina superan a los beneficios de la misma. La vacuna de la tos ferina o pertussis es de lejos la más peligrosa de las vacunas. La DTP (triple vacuna: difteria, tétanos, pertussis), una vacuna utilizada en Estados Unidos hasta 1992, contiene el carcinógeno formaldehído y metales tóxicos tan peligrosos como mercurio y aluminio. Tanto la DTP como su versión «mejorada», la DTaP, nunca han sido ensayadas para determinar su seguridad, sino sólo su eficacia.
Se ha demostrado que la nueva vacuna no es mejor que la antigua. Ambas versiones causan muertes, convulsiones y retrasos del desarrollo y obligan a hospitalizar a muchos de sus receptores. La DTaP (la antigua DTP) se administra a niños de tan sólo seis semanas, aunque la vacuna no se ha probado nunca en este grupo de edad. Entre los 17 problemas de salud que puede causar la vacuna contra la tos ferina se encuentra el síndrome de la muerte súbita del lactante (SIDS, en sus siglas en ingles).
Según cálculos realizados por la Universidad de California en Los Ángeles, cada año mueren mil niños estadounidenses a consecuencia directa de la vacuna.
Los programas de inmunización contra la polio no han reportado más beneficios que los económicos a sus fabricantes. El científico que erradicó la polio sospecha que los casos de polio ocurridos en Estados Unidos desde la década de 1970 han sido causados por los virus activos utilizados en las vacunas. En Finlandia y Suecia, donde está prohibido el uso de virus activos para las vacunas de la polio, no se ha producido ni un solo caso de polio en diez años. Si los virus activos que se usan como vacuna causan polio actualmente, cuando las medidas de higiene son por lo general altas, podría ser que las epidemias de polio de hace 40 o 50 años también fueran causadas por la inmunización contra la polio, cuando la higiene, la sanidad, la salubridad, el hacinamiento y el nivel nutricional eran todavía muy deficitarios. En Estados Unidos, los casos de polio se incrementaron un 50 % entre 1957 y 1958 y un 80 % de 1958 a 1959, después de la vacunación a gran escala. En cinco estados norteamericanos, los casos de polio se duplicaron después de que se administrara la vacuna a gran parte de la población. Tan pronto como la higiene y las medidas sanitarias mejoraron, a pesar de los programas de vacunación, esa enfermedad vírica desapareció. Sea cual fuere la causa por la que se produjeron brotes de polio en el pasado (véase el apartado sobre la vacunación natural), es muy dudoso que hoy en día se siga vacunando en muchos países a toda la población contra una enfermedad que ni siquiera existe ya. Ello hace que se planteen más interrogantes acerca de los motivos que hay tras la vacunación contra la polio.
Por otra parte, la historia de algunas de las infecciones del virus del simio 40 (SV40) en humanos se asocia al uso de las vacunas contra la polio. Según el American Journal of Medicine, muchos estudios describen la presencia del SV40 de la vacuna de la polio en tumores cerebrales y cáncer de huesos, mesoteliomas malignos y linfomas no Hodgkin en humanos. La vacuna de la polio parece más vinculada aún a los cánceres, especialmente en los niños. Los cánceres causados por el uso de la vacuna contra polio en el pasado aún acaban con la vida de 20.000 personas al año, cifra que es intolerable teniendo en cuenta que la polio como tal no ha causado la muerte de nadie desde hace mucho tiempo.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 914-920). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.