Para ilustrar el desarrollo de la cardiopatía desde su práctica inexistencia hasta el rango de mayor enfermedad mortífera del hemisferio occidental, describiré las tendencias estadísticas que reflejan la evolución de esta enfermedad en Alemania, un típico país industrializado moderno. En el año 1800, el consumo de carne en Alemania ascendía a unos 13 kg por persona y año. Cien años más tarde, el consumo de carne se había multiplicado casi por tres: 38 kg por persona y año. En 1970 había alcanzado ya la cota de 942 kg, lo que supone un incremento del 725 % en menos de 180 años. Durante el período que transcurre de 1946 a 1978, el consumo de carne en Alemania aumentó un 90 % y los ataques al corazón se multiplicaron por 20. Estas cifras no incluyen el consumo de grasas. Durante el mismo período, el consumo de grasa se mantuvo invariable, mientras que la ingesta de cereales y patatas, que son importantes fuentes de proteínas vegetales, disminuyeron un 45 %. Por tanto, las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas vegetales no pueden considerarse causas de la enfermedad coronaria. Así, sólo queda la carne como principal factor responsable del dramático auge de esta enfermedad vascular degenerativa.
Si se tiene en cuenta el hecho de que por lo menos el 50 % de la población alemana tiene sobrepeso y que la mayoría de las personas que tienen sobrepeso comen más carne que las personas de peso normal, el consumo de carne por parte de las personas que tienen sobrepeso tiene que haberse cuadruplicado en los 33 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
“El sobrepeso se considera un importante factor de riesgo a la hora de padecer hipertensión arterial y cardiopatía. “
Andreas Moritz
De acuerdo con las estadísticas publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1978, el incremento anual en el número de ataques al corazón en los países de Europa occidental es paralelo a un aumento continuo del consumo de carne de hasta 4 kg por persona cada año. Esto demuestra que los hábitos alimenticios cambiaron después de la Segunda Guerra Mundial mediante la sustitución de una dieta mixta saludable por otra muy rica en proteínas animales, pero pobre en hidratos de carbono, es decir, en frutas, verduras y cereales. Según la OMS, el consumo de grasa se mantuvo prácticamente invariable. Los ataques al corazón y la arteriosclerosis empezaron a proliferar dramáticamente en Alemania y otros países industrializados poco después de la guerra. Hoy en día, esta dolencia provoca más del 50 % de todas las muertes si se exceptúan las causadas por los tratamientos médicos.
Aunque el consumo de grasa no es menor entre los vegetarianos que entre los carnívoros, aquéllos tienen la menor tasa de mortalidad por cardiopatía. La revista de la Sociedad Médica de Estados Unidos (Journal of the American Medical Association) ha informado de que una dieta vegetariana puede prevenir el 97 % de todas las oclusiones coronarias. La razón de la práctica ausencia de la enfermedad coronaria entre los vegetarianos radica en su consumo más equilibrado de hidratos de carbono y su escasa o nula ingesta de proteína animal. El consumo de grasa, por tanto, es un mero cómplice de la enfermedad, pero no su causa. (Como ya se ha explicado, las grasas trans altamente tóxicas que se hallan en los aceites refinados y las margarinas son la excepción.) La histeria colectiva desencadenada una y otra vez que culpa a las grasas, que suelen asociarse al colesterol, de ser la principal culpable nutricional de la enfermedad coronaria, carece totalmente de fundamento y no tiene ninguna base científica.
Las dietas Atkins y South Beach, de elevado contenido proteínico y bajas en hidratos de carbono, gozan de una increíble popularidad, pero tienen el grave efecto secundario de matar de hambre a las personas al obstruir sus vasos capilares y arterias con las proteínas sobrantes y reducir su ingesta de combustible a través de los hidratos de carbono. Sin duda, esto puede hacer que una persona pierda peso, pero no sin dañar también sus riñones, su hígado y su corazón. Tanto el doctor Atkins, quien falleció víctima de la enfermedad coronaria y la obesidad, como el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, un fiel seguidor de la dieta South Beach y portador de un cuádruple bypass coronario, sufrieron las consecuencias de la dieta de alto contenido proteínico (véase el apartado siguiente para más detalles). Millones de norteamericanos van por el mismo camino.
Un estudio de científicos escoceses, publicado en la revista Applied and Environmental Microbiology, examinó las repercusiones del seguimiento prolongado de una dieta de adelgazamiento excepcionalmente baja en hidratos de carbono en la salud del intestino. Los investigadores del Rowett Research Institute de Aberdeen hallaron que llevar un régimen bajo en hidratos de carbono durante un tiempo prolongado puede tener un efecto adverso en las poblaciones bacterianas del intestino, que producen una sustancia beneficiosa denominada butirato, que es importante para mantener el intestino sano y prevenir el cáncer colorrectal. Por fortuna, últimamente las dietas bajas en hidratos de carbono han perdido popularidad al demostrarse que este método comporta un mayor riesgo, para sus seguidores, de obstrucción de las arterias, de infarto de miocardio y tal vez también de cáncer colorrectal.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 649-652). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.