Written by 7:12 pm Alimentación, Digestión

¿Estamos envenenando a nuestros hijos con la comida?

Consumir alimentos inútiles para el organismo es un importante factor patológico que incluso puede provocar infecciones.
Niña comiendo una hamburguesa

La mayoría de nosotros crecemos con la idea de que la enfermedad se debe a causas externas. Pocas personas saben que los gérmenes sólo «germinan» en un medio o un entorno muerto y tóxico. Los padres que ven cómo sus hijos sufren una infección tras otra se preocupan por darles el máximo de protección posible contra las enfermedades. La inmunización les parece una manera de salvaguardar la vida de sus hijos. Si los niños «pillan» una infección, se considera, por lo general, que los fármacos antivirales o antibacterianos son el mejor tratamiento posible y no controlar la comida y lo que ingieren.

Al estar acostumbradas a culpar de la enfermedad a los patógenos externos (causantes de una enfermedad), como bacterias o virus, la mayoría de las personas ni siquiera se plantea la posibilidad de que sus problemas de salud puedan deberse a los alimentos que toman. ¿No podría ser que los niños (y también los adultos) que sufren repetidamente infecciones estuvieran en realidad intoxicados por tomar productos poco saludables, como refrescos, helados, patatas fritas, chocolatinas, dulces, alimentos light, comida rápida, cereales procesados, productos congelados, alimentos en conserva y salsas preparadas para ensalada? 

«Cuando los alimentos se crean en un laboratorio, como ocurre en muchos casos, ya no pueden llamarse alimentos. Al contrario, llegan a convertirse en venenos.»

Andreas Moritz

Hoy en día, en las estanterías de las tiendas de comestibles modernas hay más de 40.000 productos alimenticios diferentes. El 98 % de ellos no tiene nada que ver con lo que la naturaleza quiere que el ser humano ingiera. Nuestro sistema digestivo es incapaz de sacar provecho de alimentos que están desprovistos de su energía vital intrínseca y natural o que han sido manipulados hasta el punto de no servir para nada, a pesar de la maravillosa lista de ingredientes que sus etiquetas muestran. Cuando los alimentos se crean en un laboratorio, como ocurre en muchos casos, ya no pueden llamarse alimentos. Al contrario, llegan a convertirse en venenos. Los niños cuyos sistemas inmunológicos están debilitados por las grandes cantidades de los alimentos elaborados que ingieren, alimentos que generan ácidos y están llenos de aditivos químicos, difícilmente pueden combatir los inofensivos gérmenes naturales que forman parte de nuestro entorno natural. 

La situación se agrava cuando a esos niños no se les ha amamantado el tiempo suficiente para desarrollar su inmunidad natural. Muchos niños se crían todavía con productos comerciales, y éstos contienen un colesterol rancio (oxidado) derivado del proceso de elaboración de la leche en polvo. En el primer año de vida, la mayoría de las madres introducen en la dieta del bebé alimentos sólidos que generalmente han sido esterilizados durante el proceso de envasado, lo cual degrada totalmente su vitalidad original. El colesterol/grasa rancia es una sustancia cancerígena y causante de muchas enfermedades, como alergias y diabetes de tipo 1. Hace varios años, el gobierno británico descubrió que nueve leches infantiles preparadas, que figuraban entre las marcas más utilizadas, contenían sustancias químicas potencialmente dañinas. Las leches maternizadas que contienen leche de vaca son productos tratados químicamente. Lo mismo cabe decir de los alimentos a base de soja y de proteínas hidrolizadas. No queda nada natural en esos alimentos. ¡Imaginemos cómo pueden afectar a los bebés esos alimentos industrializados y desprovistos de energía! ¿Cuántos niños acuden regularmente al médico afectados por diversas enfermedades? Alimentar a un bebé con leches preparadas conlleva un grave riesgo para la salud, especialmente porque su sistema inmunológico no está aún desarrollado y se deja al niño indefenso, incapaz de defenderse por sí solo de esos alimentos artificiales y procesados quimicamente. 

El alimento más semejante a la leche materna es la leche de coco. En los países tropicales, muchas personas crían niños sanos con leche de coco cuando no pueden hacerlo con leche materna. A menos que se críe a los niños con leche materna o leche de coco, la mayoría de ellos sufrirán algún tipo de dolencia. Además, el agua que beben los niños puede contener un verdadero cóctel de sustancias tóxicas y contaminantes, al igual que su entorno dentro y fuera de casa. Éstos pueden inhibir fácilmente el desarrollo del sistema inmunológico del niño y hacerlo más vulnerable a una amplia gama de enfermedades. Todo ello influye sobremanera en el modo en que el niño se enfrenta a los retos emocionales, físicos y mentales que la vida le puede deparar. 

«Se les bombardea y lava el cerebro con anuncios muy bien elaborados de cadenas de comida rápida y otros proveedores de alimentos y aperitivos altos en grasas y azúcares.»

Andreas Moritz

La generación joven actual es más enfermiza que las anteriores. En colegios e institutos se da a los niños comida barata y poco nutritiva, y en casa la situación no es mucho mejor. Muchas enfermedades que antes sólo afectaban a la población adulta ahora también son padecidas por la gente joven. ¿Habríamos dicho hace 25 años que la arteriosclerosis, la hipertensión arterial, la diabetes tipo 2 y la obesidad serían enfermedades comunes en los niños como lo son hoy día? La obesidad infantil se ha incrementado del 5 % de 1964 a un 20 % actual, y sigue aumentando. Los niños dedican de 5 a 6 horas diarias a actividades sedentarias, viendo la televisión, manipulando videojuegos o manejando el ordenador, entre otras cosas. Se les bombardea y lava el cerebro con anuncios muy bien elaborados de cadenas de comida rápida y otros proveedores de alimentos y aperitivos altos en grasas y azúcares. Según un informe del 17 de junio de 2007 de la cadena de televisión CBS, el total de azúcar -azúcar refinado, jarabe de maíz con un elevado contenido en fructosa y edulcorantes artificiales- que toma el estadounidense medio es de 65 kg al año, más de 1 kilo a la semana. Esta cifra ha aumentado un 23 % en los últimos 25 años y es la causa del vertiginoso aumento de la obesidad y la diabetes. Los niños constituyen una parte muy importante de la población que consume azúcar. 

Un reciente estudio revela que los niños de 2 a 6 años de edad que ven la televisión son más propensos a consumir los productos alimenticios que se anuncian en ese medio que los que no ven ese tipo de anuncios. Todo esto ha dado lugar a una generación de niños y niñas que corren un importante riesgo de contraer dolencias relacionadas con la obesidad. Los médicos hablan de un aumento del número de adolescentes que están desarrollando diabetes de tipo 2, que puede provocar cardiopatías, hipertensión arterial, insuficiencia renal, derrames cerebrales, amputación de extremidades, ceguera y, desde luego, una peor calidad de vida y una menor esperanza de vida. 

Consumir alimentos inútiles para el organismo es un importante factor patológico que incluso puede provocar infecciones. La carne u otros productos de origen animal pertenecen a esa categoría de alimentos. Cuando se come carne, el cuerpo sólo puede utilizar una fracción de los constituyentes de esa carne, y tiene que eliminar el resto de diversas maneras. Gran parte de la proteína animal que el organismo no digiere pasa a ser descompuesta por las enzimas celulares de la propia carne y también por las bacterias que hay en el tracto intestinal. Puesto que las células descompuestas de la carne consisten en proteínas degeneradas y coaguladas, los] en esa desintegración se genera putrescina y cadaverinajo6], venenos mortales y altamente irritantes que se generan en los cadáveres. Existen otras sustancias químicas carcinógenas, como las aminas heterocíclicas, que se forman al cocinar carnes de ternera, de cerdo, aves y pescado. Diversas investigaciones dirigidas por el Instituto Nacional del Cáncer (NCI) y realizadas por científicos japoneses y europeos indican que las aminas heterocíclicas se forman en la carne a consecuencia de las diferentes formas de cocinarlas a alta temperatura. Esas sustancias, nocivas de por sí, son más que suficientes para dejar al cuerpo a merced de cualquier tipo de infección. 

En la mayoría de los hospitales se da de comer a los pacientes, tanto jóvenes como viejos, proteínas de origen animal, como salchichas, huevos, pescado o pollo, a veces un día después de una intervención o de otro tratamiento invasivo, cuando el sistema digestivo está más debilitado que nunca. Los pacientes que ya tienen un sistema digestivo e inmunológico debilitado son incapaces de enfrentarse a esas toxinas, a la vez que intentan eliminar de los intestinos toda la materia fecal posible. Muchos pacientes hospitalizados sufren estreñimiento debido a los fármacos que toman, a que han de guardar cama o a la ingesta de alimentos astringentes, como carne o patatas. La congestión intestinal es terreno abonado para las infecciones microbianas, muy frecuentes en los ambientes hospitalarios, donde los gérmenes están presentes en grandes cantidades. En resumen: los hospitales y sus dietas suponen un grave peligro para las personas que ya están enfermas. 

La vida de un niño enfermo depende de que pueda eliminar la mayor parte de las sustancias en descomposición de los intestinos antes de que acaben en el torrente sanguíneo o en el sistema linfático. Cuando los cálculos obstruyen los conductos biliares (en la actualidad, un fenómeno bastante común también en los niños), el hígado es incapaz de eliminar todas las toxinas que penetran en la sangre a través de los intestinos; debido a ello se produce una «intoxicación alimentaria». La mayor parte de las llamadas epidemias son en realidad intoxicaciones alimentarias o químicas. Éstas se producen en personas que presentan elevados niveles de toxicidad y una inmunidad debilitada, es decir, personas que ya están enfermas. En los hospitales, en vez de administrar a los pacientes alimentos líquidos fáciles de digerir, a menudo se les da alimentos sólidos y concentrados, como carne de ternera, de cerdo, huevos, etc. Así se acaba prácticamente con la poca energía que tienen. Esa poca energía se dedica a asimilar los alimentos recién ingeridos, cuando el organismo debería utilizar la energía almacenada para superar la crisis tóxica. Un sistema inmunológico que ya se encuentra comprometido por la gran afluencia de toxinas no es ya capaz de rechazar las bacterias, los parásitos o los virus. De hecho, esos gérmenes se convierten en el último recurso del cuerpo para enfrentarse a la carga tóxica. 

Un niño que se alimenta de carne, huevos y productos lácteos (leche y sus derivados) y, además, de comida basura (con escaso o nulo valor nutritivo) es mucho más propenso a desarrollar trastornos digestivos y enfermedades infantiles, como difteria, sarampión, etc., que un niño que tome fruta, ensaladas, verduras, cereales, frutos secos y beba mucha agua fresca. La mayoría de los padres se sienten responsables de la salud y la seguridad de sus hijos. Cuando se es consciente de los propios hábitos alimenticios, automáticamente desea proporcionar a sus hijos los alimentos y bebidas mejores y más nutritivas que se tenga a mano. De este modo se puede ayudar a crear una generación sana que será conocida por no enfermar nunca.

Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 160-166). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition. 

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