El cuerpo humano se compone de un 75 % de agua y de un 25 % de materia sólida. Necesitamos agua para nutrirnos, para eliminar los desechos y para llevar a cabo los billones de actividades que tienen lugar en nuestro organismo. Sin embargo, la mayoría de las sociedades modernas no insisten en la importancia de beber agua, el principal «nutriente» entre los nutrientes. Sectores enteros de la población sustituyen el agua por té, café, alcohol y otras bebidas preparadas. Muchas personas no son conscientes de que la sensación natural de sed que tiene el cuerpo es una señal de que éste necesita agua simple y pura para luchar contra la deshidratación. En vez de ello, optan por otras bebidas creyendo que así satisfarán esa necesidad del cuerpo, pero eso es falso.
Es cierto que bebidas como el té, el café, el vino, la cerveza, los refrescos, las bebidas energéticas y los zumos contienen agua, pero también contienen cafeína, alcohol, azúcar, edulcorantes u otras sustancias químicas que son potentes deshidratadores. Cuantas más bebidas de ésas se consumen, más se deshidrata el cuerpo, pues crean en el organismo unos efectos exactamente opuestos a los del agua. Las bebidas que contienen cafeína, por ejemplo, desencadenan respuestas de estrés con unos efectos diuréticos que incrementan la micción. Las bebidas azucaradas provocan un aumento considerable del nivel de azúcar en sangre. Cualquier bebida que provoque una respuesta de este tipo fuerza al organismo a eliminar grandes cantidades de agua. El consumo regular de estas bebidas ocasiona una deshidratación crónica, fenómeno que desempeña un papel importante en cualquier crisis de toxicidad. No existe ninguna razón práctica ni racional para tratar una enfermedad (crisis de toxicidad) con fármacos, ni siquiera con métodos y remedios naturales, si previamente no se ha satisfecho la necesidad de hidratación del organismo.
“Lo que los médicos suelen denominar enfermedad es, en gran medida, un avanzado estado de deshidratación y la consiguiente incapacidad del cuerpo para eliminar por sí mismo materiales residuales y toxinas. “
Andreas Mortiz.
Los medicamentos y otras intervenciones médicas pueden ser peligrosos para el organismo, en gran parte por su efecto deshidratante. Hoy en día, la mayoría de los pacientes sufren la «enfermedad de la sed», un estado de deshidratación progresiva. Algunas partes del cuerpo pueden deshidratarse más que otras. El organismo, incapaz de eliminar toxinas de sus zonas más deshidratadas debido a las insuficientes reservas de agua, se enfrenta a las consecuencias de sus efectos destructivos (toxemia). No reconocer los aspectos más básicos del metabolismo del agua en el cuerpo da lugar en la mayoría de los casos a una dolencia «diagnosticada», cuando en realidad no es más que el ruego desesperado de agua por parte del organismo. Lo que los médicos suelen denominar enfermedad es, en gran medida, un avanzado estado de deshidratación y la consiguiente incapacidad del cuerpo para eliminar por sí mismo materiales residuales y toxinas.
Quien ha vivido muchos años sin mantener una ingesta adecuada de agua es más propenso a acumular toxinas en su organismo. La enfermedad crónica siempre va acompañada de una deshidratación y, en muchos casos, es ésta la que la causa. Cuanto más tiempo viva una persona tomando poca agua y/o muchas bebidas o alimentos estimulantes, más grave y duradera será la crisis de toxicidad que sufra. Las enfermedades coronarias, obesidad, diabetes, artritis reumatoide, úlceras gástricas, hipertensión, cáncer, esclerosis múltiple, Alzheimer y otras muchas enfermedades crónicas vienen precedidas de años de «sequía corporal». Agentes infecciosos como bacterias y virus no pueden desarrollarse en un organismo bien hidratado. Así pues, beber suficiente agua es una de las mejores medidas preventivas que se pueden adoptar para evitar la enfermedad. Las personas que no beben la cantidad suficiente de agua o que han ido consumiendo sus reservas de agua durante un largo período de tiempo a base de ingerir demasiados estimulantes, experimentan una disminución gradual de la proporción del volumen de ese líquido que hay en el interior de las células, en comparación con la proporción del volumen que hay en el exterior de las mismas. Generalmente, la proporción de agua en el interior de las células es más elevada que la que hay en el entorno celular. En condiciones de deshidratación, las células pueden perder hasta un 28 % o más de su volumen de agua. Ello socava, sin duda alguna, todas las actividades celulares, y es igual si las células en cuestión son las de la piel, del estómago, del hígado, de los riñones, del corazón o del cerebro. Siempre que se produce una deshidratación celular, los residuos del metabolismo no se eliminan como es debido. Esto provoca la aparición de síntomas similares a los de la enfermedad, pero en realidad no son más que meros indicadores del inadecuado metabolismo del agua. Puesto que el agua empieza a acumularse más y más en el exterior de las células a fin de diluir y neutralizar los productos tóxicos que se acumulan allí, puede que la persona afectada ni siquiera sea consciente de que sufre deshidratación. Pero bien puede advertir que empieza a retener líquido en piernas, pies, brazos y cara. Es posible que también retenga agua en los riñones, lo que comporta una disminución notable de la micción y una retención de residuos potencialmente dañinos.
“Cuanto más tiempo viva una persona tomando poca agua y/o muchas bebidas o alimentos estimulantes, más grave y duradera será la crisis de toxicidad que sufra.”
Andreas Mortiz.
En condiciones normales, las enzimas celulares indican al cerebro cuándo empieza a escasear agua en las células. Sin embargo, las enzimas de las células deshidratadas resultan tan poco eficientes que ya no son capaces de manifestar la carencia de agua que padecen. De este modo, no llegan a comunicar el estado de emergencia al cerebro, que normalmente accionaría la «alarma de sed» en el organismo.
Demetria, una mujer griega de 53 años de edad, vino a verme para que le aliviara los dolores que le ocasionaba una enfermedad de la vesícula. Tenía la piel de color gris oscuro, indicio claro de una gran concentración de toxinas en el hígado y en todo el cuerpo. Al verla tan deshidratada (e hinchada), le ofrecí un vaso de agua. Me dijo: «Nunca bebo agua, ¡me pone mala!». Le expliqué que esa falta de la sensación natural de sed se debía a la deshidratación celular y que si no bebía suficiente agua, su cuerpo no recuperaría el equilibrio. Para mí, estaba claro que su organismo empleaba cualquier cantidad de agua que bebiera para eliminar de modo instantáneo algunas de las toxinas que se encontraban en el estómago, lo que le provocaba náuseas. En su caso, cualquier terapia que no fuera beber agua sería una pérdida de tiempo y dinero. La gravedad del estado de Demetria requería que empezara bebiendo pequeños sorbos de agua caliente e ionizada cada media hora, a fin de eliminar de este modo las toxinas del estómago y poder luego ir bebiendo regularmente mayores cantidades de agua.
Una persona deshidratada también puede sufrir falta de energía. Debido a la escasez de agua en el interior de las células, el flujo osmótico normal del agua a través de las membranas celulares resulta gravemente afectado. Al igual que un río que desciende por la montaña, el movimiento del agua dentro de las células genera energía «hidroeléctrica» que luego se almacena en forma de moléculas de ATP (siglas en inglés de adenosín trifosfato, la principal fuente de energía celular). Por lo general, el agua que bebemos mantiene en equilibrio el volumen celular, y la sal que ingerimos mantiene el adecuado volumen de agua en el exterior de las células y en la circulación. De ese modo se genera la presión osmótica necesaria para la nutrición celular y la producción de energía. Si el organismo está deshidratado, no consigue mantener este mecanismo vital, lo cual provoca un daño celular potencialmente grave.
Moritz, Andreas. Los secretos eternos de la salud (SALUD Y VIDA NATURAL) (Spanish Edition) (pp. 114-118). EDICIONES OBELISCO S.L.. Kindle Edition.